Derribando los mitos sobre la «enfermedad mental»

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Una perspectiva bíblica

por John MacArthur

La cultura contemporánea está dominada por peligrosas suposiciones acerca de las «enfermedades mentales» y las terapias psiquiátricas. El pueblo de Dios, por el contrario, debe examinar estas cosas a la luz de la verdad absoluta de las Escrituras. En este artículo, el pastor John llama a los creyentes a ejercer el discernimiento bíblico mientras rechazan la bancarrota de la sabiduría humana y encuentran su suficiencia totalmente en Cristo.


Tengo recuerdos vívidos de los días en que el movimiento de la psicología integracionista cristiana era prominente en la década de 1990 y más allá. Participamos en esa batalla cuando el movimiento atacaba la santificación bíblica. Escribí el libro Nuestra suficiencia en Cristo para subrayar la verdad de que el único remedio verdadero para el sufrimiento y el dolor en la vida humana se encuentra en Cristo y en la obra transformadora de la Palabra a través del Espíritu. Aunque la psicología ha retrocedido desde entonces con el auge del movimiento de Consejería Bíblica, ahora nos enfrentamos a un adversario más formidable de las Escrituras: la psiquiatría.

Está claro que la psicología carece de respuestas transformadoras, pero la psiquiatría introduce un peligro más pernicioso al fomentar una dependencia destructiva de los fármacos. Esta práctica concede a la profesión médica la preocupante libertad de dañar el cerebro y la vida de las personas bajo la apariencia de tratamiento. Ofrecer consejos equivocados es una cosa, pero convertir a la gente en adicta es mucho más grave. Trabajamos incansablemente para librar nuestras calles de narcóticos ilícitos, pero la psiquiatría dispensa sustancias adictivas en el entorno estéril de las clínicas, haciendo que el problema parezca más respetable pero no menos destructivo.

A la luz de esto, recientemente comenté durante una sesión de preguntas y respuestas que las enfermedades mentales no existen, una afirmación que, como era de esperar, desató una tormenta. Para aclarar esa realidad, prediqué un sermón que abordaba mi convicción sobre este asunto, lo que dio lugar a una gran cantidad de preguntas y críticas debido al profundo arraigo de la psiquiatría. Esto me ha llevado a articular una declaración más matizada sobre la psiquiatría y los fármacos para ayudar a quienes malinterpretan la verdad de mis observaciones anteriores.

En un mundo en el que la «enfermedad mental» es el diagnóstico abrumador para comportamientos antisociales y a menudo arraigados en el pecado, y la medicación es el remedio prescrito, es crucial cuestionar las suposiciones predominantes desde una perspectiva bíblica. Esta declaración pretende cuestionar las ideas erróneas más comunes sobre las cuestiones relacionadas con la «salud mental» y ofrecer sabiduría bíblica sobre cómo pensar al respecto.

 

Refutando la noción de «enfermedad mental»

El término «enfermedad mental» asigna ilegítimamente el estatus de enfermedad a comportamientos humanos que pueden ser anormales, pero no necesariamente «fenómenos independientes de la motivación o la voluntad humana».(1) Basándonos en las investigaciones del afamado psiquiatra Thomas Szasz, diferenciamos entre enfermedades cerebrales fisiológicas, que tienen claros marcadores biológicos, y «trastornos mentales» subjetivos, que carecen de criterios objetivos de diagnóstico. En sus propias palabras, Szasz sostiene que:

La enfermedad mental es una enfermedad metafórica: que la enfermedad corporal guarda la misma relación con la enfermedad mental que un televisor defectuoso con un mal programa de televisión. Por supuesto, la palabra «enfermo» se utiliza a menudo de forma metafórica. Llamamos «enfermos» a los chistes, «enfermas» a las economías, a veces incluso «enfermo» al mundo entero; pero solo cuando llamamos «enfermas» a las mentes confundimos sistemática y estratégicamente la metáfora con los hechos, y llamamos al médico para que «cure» la «enfermedad». Es como si un televidente llamara a un técnico porque no le gusta el programa que ve en la pantalla.(2)

En otras palabras, el problema no es médico, sino moral. La mente es diferente del cerebro. Al escudriñar el lugar de la psiquiatría y la psicofarmacología entre las ciencias, y los diagnósticos psiquiátricos populares como el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), el trastorno bipolar, la esquizofrenia, la depresión y el TEPT (Trastorno por Estrés Post Traumático), aclaramos el peligro que la psiquiatría moderna ha desatado en nuestra sociedad al confundir lo moral con lo médico.

 

El lugar precario de la psiquiatría y la psicofarmacología entre las ciencias

Un destacado psiquiatra, el Dr. Paul Minot, dice lo siguiente acerca de su profesión:

Llevo 38 años ejerciendo la psiquiatría y me encanta mi trabajo. Me encantan mis pacientes, mis colegas de profesión y mis compañeros de trabajo. No podría estar más contento con el trabajo que he elegido. Pero he llegado a la conclusión de que estoy participando en la mayor estafa científica de esta era.
Muchos billones de dólares se gastan cada año en una industria construida sobre un organismo corrupto de pseudociencia, que ha sido mantenido y explotado por intereses monetarios durante décadas. Este audaz fraude científico ha tenido más éxito que cualquier otro de nuestros días.
El público en general supone que los psiquiatras comprendemos bien cómo funciona el cerebro; que podemos diagnosticar distintos estados de enfermedad, de los que tenemos cierto conocimiento fisiopatológico; y que podemos prescribir tratamientos, generalmente medicamentos, con plena conciencia de cómo nos benefician. Pero cada uno de estos planteamientos es inequívoca y manifiestamente falso.(3)

En pocas palabras, la psiquiatría no es una ciencia dura, medida por datos cuantificables y objetivos. Opera en el ámbito de la mente inmaterial, que no está sujeta al análisis científico. De hecho, la psiquiatría moderna y su dependencia de los fármacos se remontan a mediados del siglo XX, cuando se tuvo mucho éxito en la lucha contra las enfermedades infecciosas con la medicina. El mismo proceso de combatir las enfermedades con fármacos se impuso en el mundo de la psiquiatría, que originalmente tenía sus raíces en los tratamientos extraños y censurables de los manicomios del siglo XIX.(4) Sin embargo, existe una diferencia notable en los enfoques terapéuticos entre la medicina convencional, que trata las dolencias físicas, y la psiquiatría, que recurre a las intervenciones químicas para tratar el sufrimiento humano. Vale la pena destacar el relato de Robert Whitaker al respecto:

El modelo de «bala mágica» de la medicina que había conducido al descubrimiento de las sulfonamidas y los antibióticos era muy simple en su tipo. Primero, identificar la causa o naturaleza del trastorno. En segundo lugar, desarrollar un tratamiento para contrarrestarla. Los antibióticos mataban a los invasores bacterianos conocidos. La insulinoterapia de Eli Lilly fue una variación del mismo tema. La empresa desarrolló este tratamiento después de que los investigadores llegaran a comprender que la diabetes se debía a una deficiencia de insulina. En todos los casos, el conocimiento de la enfermedad fue lo primero —ésa fue la fórmula mágica del progreso. No obstante, si nos fijamos en cómo se descubrió la primera generación de fármacos psiquiátricos y también en cómo llegaron a llamarse antipsicóticos, ansiolíticos y antidepresivos —palabras que indican que eran antídotos contra trastornos específicos— vemos un proceso muy diferente. La revolución psicofarmacológica nació de una parte de ciencia y dos de ilusiones.(5)

Whitaker continúa documentando cómo la psicofarmacología empezó a crear fármacos sin datos objetivos sobre su eficacia, adormeciendo los sentidos sin curar el problema. De hecho, tendía a hacer lo mismo que pretendía curar. De esta realidad hace eco Daniel Carlat, un aclamado psiquiatra, que en su asombrosamente franco libro sobre este campo afirma: «Así es la psicofarmacología moderna. Guiados únicamente por los síntomas, probamos distintos fármacos sin tener una idea real de lo que intentamos solucionar ni de cómo funcionan. No deja de sorprenderme que seamos tan eficaces con tantos pacientes».(6) E incluso cuando estos fármacos parecen funcionar, como ha descubierto Irving Kirsch, su eficacia no es mejor que la de un placebo.(7) En todo caso, perjudican al paciente con efectos secundarios, daños cerebrales y cosas peores.(8) ¿Y qué podría ser peor? Intentar dejarlos sin sufrir daños graves.

Esta puede ser la razón por la que existe lo que algunos científicos han llamado la paradoja de la prevalencia de tratamiento cuando se trata de «enfermedades mentales». El concepto básico es que los avances en el diagnóstico y el tratamiento de la enfermedad deberían mitigar la propagación y la gravedad de la enfermedad a lo largo del tiempo. Abigail Shrier señala con acierto: «A medida que mejoraron la detección temprana y el tratamiento del cáncer de mama desde 1989, las tasas de mortalidad por cáncer de mama se redujeron drásticamente. O la mortalidad materna: al aumentar la disponibilidad de antibióticos, se desplomaron las tasas de mortalidad materna durante el parto. La mejora y mayor disponibilidad de los cuidados dentales han hecho que haya menos estadounidenses sin dientes... Y sin embargo, a medida que los tratamientos para la ansiedad y la depresión se han vuelto más sofisticados y más fácilmente accesibles, la ansiedad y la depresión de los adolescentes han aumentado».(9)

 

El auge de las etiquetas diagnósticas

El Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM), publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), sirve de norma para diagnosticar las «enfermedades mentales». Sin embargo, las ediciones progresivas del DSM se han vuelto cada vez más inclusivas, ampliando los criterios para diversos trastornos.(10) Esto ha llevado a situaciones en las que las emociones o comportamientos humanos normales entran dentro de las categorías de diagnóstico.

TDAH

Por ejemplo, los diagnósticos infantiles de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) han aumentado radicalmente en las últimas décadas.(11) Este aumento refleja una excesiva confianza en los diagnósticos y un reajuste clínico que reduce el espectro del comportamiento normal. Como dijo Aldous Huxley: «La investigación médica ha hecho avances tan grandes que apenas quedan personas sanas». Las conclusiones de Peter Breggin al respecto son alarmantes:

El TDAH no es una categoría diagnóstica válida que cumpla los criterios de un síndrome médico (Baughman y Hovey, 2006; Breggin, 2008a; Whitely, 2010). Como todos los demás trastornos psiquiátricos, no hay pruebas de que tenga una causa biológica (Moncrieff, 2007a). En cuanto a las tres categorías de conducta del TDAH: hiperactividad, impulsividad y falta de atención, a veces estas conductas pueden formar parte de comportamientos típicos de la infancia. Otras veces, pueden ser el resultado de aulas aburridas y poco disciplinadas, falta de habilidades educativas de nivel, problemas emocionales generados por problemas en el hogar o en la escuela, cuestiones relacionadas con la pobreza como el hambre o la mala nutrición, o el insomnio y la fatiga y una variedad de enfermedades crónicas, como la diabetes y las lesiones en la cabeza (p. ej. conmociones cerebrales deportivas) (Breggin y Breggin, 1998). En mi práctica clínica, todas estas causas han sido evidentes.(12)

Breggin no está solo en sus conclusiones sobre el TDAH. Thomas Armstrong ha escrito sobre este tema en su libro The Myth of the ADHD Child (El mito del niño con TDAH)13. Apoyando esta investigación está el trabajo de un médico israelí, Ophir Yaakov, ADHD is Not an Illness and Ritalin Is Not a Cure: A Comprehensive Rebuttal of the (Alleged) Scientific Consensus (El TDAH no es una enfermedad y la Ritalin no es una cura: una refutación exhaustiva del (supuesto) consenso científico)14. El título de su obra lo dice todo. Las rutinas estructuradas y la disciplina, en lugar de intervenciones farmacéuticas, son suficientes para que los niños hiperactivos afronten la vida con éxito.

Trastorno bipolar

La experiencia de los altibajos de la vida en un periodo condensado de tiempo se denomina «trastorno bipolar». Antes del litio y otras intervenciones médicas, quienes padecían esta enfermedad eran pocos y se recuperaban en gran medida por sí solos, pasando a llevar una vida normal. Pero hoy en día, el diagnóstico ha aumentado exponencialmente debido en parte a la expansión de los diagnósticos de «enfermedad mental» y a los fármacos destructivos que se utilizan para tratar la condición15. Además, se ha demostrado que el consumo de sustancias ilegales como la marihuana y otros estimulantes induce la manía y la melancolía.

Al principio, el litio se utilizaba para tratar el trastorno bipolar. Pero dejaba a los pacientes peor de lo que los había encontrado: «No hay pruebas suficientes de que el litio tenga un efecto beneficioso, hay indicaciones de que es ineficaz en la previsión a largo plazo del trastorno bipolar y se sabe que está asociado a diversas formas de perjuicio».(16) Siguió el uso de antidepresivos. Pero un estudio tras otro demuestra que estos fármacos solo empeoran las cosas.(17)

Esquizofrenia

Esquizofrenia significa «mente dividida», es decir, un cisma en el modo de pensar de una persona que le impide distinguir entre realidad y fantasía. Acuñada a principios del siglo XX, se creía que la esquizofrenia tenía su origen en la genética. Esta creencia tuvo consecuencias trágicas, como la esterilización de individuos con esta condición en la Alemania nazi. Sin embargo, no puede establecerse ninguna conexión biológica con esta condición: «No obstante, a pesar de toda la investigación intensa en las universidades y las gigantescas compañías farmacéuticas (Big Pharma), y a pesar de los enormes avances en genética, los genes y la bioquímica que se cree que causan la esquizofrenia y la depresión siguen siendo esquivos».(18) En otras palabras, no hay medicina para tratar esta «condición mental». Esta afirmación está respaldada por el hecho de que la mayoría de los pacientes «esquizofrénicos» se habían recuperado sin intervención médica antes de la llegada de la Torazina, el fármaco popular utilizado para «tratar» la esquizofrenia. En todo caso, la Torazina y otros fármacos neurolépticos hacen que los pacientes empeoren, se vuelvan adictos y propensos a episodios recurrentes de comportamiento incontrolable.(19) Estos fármacos son el caso clásico de cuando el remedio es peor que la enfermedad. Como concluye Whitaker: «Desde la llegada de la Torazina, la tasa de discapacidad a causa de enfermedades psicóticas se ha cuadruplicado en nuestra sociedad».(20)

Aunque estos fármacos puedan aliviar algunos síntomas agudos a corto plazo, del mismo modo que el Tylenol [paracetamol] ayudaría a un paciente con cáncer a lidiar con un dolor de cabeza, los datos a largo plazo sobre la eficacia de los fármacos en el tratamiento de la esquizofrenia son inexistentes. Como señala el profesor de psiquiatría de la Universidad de Montreal, Emmanuel Stip, en relación con el tratamiento de la esquizofrenia con neurolépticos: «No se puede negar que actualmente no existen pruebas convincentes al respecto, en lo que a “largo plazo” se refiere».(21)

Depresión

La depresión es un sentimiento prolongado e intenso de tristeza y melancolía. Aunque la gente ha experimentado estos sentimientos a lo largo de la historia, no fue hasta la década de 1960 cuando se relacionó la depresión con un desequilibrio químico en el cerebro. Esta teoría sugiere que unos niveles bajos de serotonina contribuyen a la depresión, y que los antidepresivos pueden ayudar a aliviar los síntomas aumentando los niveles de serotonina en el cerebro. Las empresas farmacéuticas se aprovecharon de esta teoría altamente especulativa y la anunciaron como una realidad médica para obtener beneficios económicos. No obstante, en un reciente metaanálisis de las evidencias de la teoría del desequilibrio químico, los científicos han hecho el siguiente descubrimiento nada sorprendente: «Esta revisión sugiere que el enorme esfuerzo de investigación basado en la hipótesis de la serotonina no ha producido pruebas convincentes de una base bioquímica de la depresión. Esto es coherente con la investigación sobre muchos otros marcadores biológicos. Sugerimos que ha llegado el momento de reconocer que la teoría de la depresión basada en la serotonina no está respaldada empíricamente».(22) La noble mentira del desequilibrio químico ha quedado desacreditada. La muerte de la teoría también debería significar la muerte de los antidepresivos.

TEPT

Cuando nos enfrentamos a acontecimientos que ponen en peligro nuestra vida, es natural que evitemos revivir esos recuerdos traumáticos. Estas experiencias remodelan profundamente nuestras respuestas ante futuros retos, un fenómeno etiquetado como Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Sin embargo, calificarlo de trastorno es absurdo, como calificar de patológicas la pena o la culpa. Es perfectamente normal alejarse de los recuerdos dolorosos —es un aspecto fundamental de la resiliencia humana, no una condición médica. Incluso el presidente del grupo de trabajo del DSM-IV, el Dr. Allen Frances, admite que «el diagnóstico del TEPT es impreciso porque se basa exclusivamente en el informe propio de la persona misma —no existe ninguna prueba de laboratorio ni ninguna medida objetiva».(23)

Y la medicación para esta «enfermedad» no es muy eficaz, como Frances continúa diciendo: «El TEPT es una moda que no ha sido muy instigada por las compañías farmacéuticas. Evitan hacer publicidad al respecto porque los medicamentos no son muy eficaces y temen el riesgo de mala publicidad cuando las cosas no van bien en pacientes con tanta visibilidad».(24) En todo caso, los antidepresivos se han relacionado con un mayor índice de suicidios.(25)

Un estudio reciente descubrió que a la mayoría de los veteranos de guerra que se suicidan no se les diagnosticó una «enfermedad mental», sino que mostraban un comportamiento externo como agresividad, impulsividad y actos de infracción de las normas, así como abuso de sustancias.(26) Muchos de ellos experimentan la culpa del sobreviviente, un profundo sentimiento de lamento y vergüenza por haber sobrevivido a una tragedia a la que muchos otros no sobrevivieron.(27) Estas son cuestiones que no se pueden tratar con medicamentos, sino que se abordan mejor mediante el asesoramiento bíblico y el apoyo dentro del curso normal de la vida.

Factores que contribuyen al sobrediagnóstico

Varios factores contribuyen al sobrediagnóstico. Las empresas farmacéuticas desempeñan un papel al comercializar medicamentos directamente a los consumidores e influir en las prácticas diagnósticas. Además, los incentivos económicos de los sistemas sanitarios pueden fomentar diagnósticos que conlleven mayores tasas de reembolso. Marcia Angell, de la Facultad de Medicina de Harvard, ha descubierto que en Minnesota y Vermont: «Los psiquiatras reciben más dinero [de las empresas farmacéuticas] que los médicos de cualquier otra especialidad».(28) Es difícil no imaginar que lo mismo suceda en otras partes del país.

Navegando la vida bíblicamente

Defender el tratamiento médico para los comportamientos morales es tan perjudicial como condenar las condiciones médicas como fallos morales. Esto desvanece las líneas entre los diferentes ámbitos de la realidad, lo que conduce a la disfunción social. La psiquiatría pisotea a ministros, pastores, consejeros y congregantes. Como observó Szasz: «La actividad psiquiátrica es médica solo de nombre. En su mayor parte, los psiquiatras se dedican a intentar cambiar el comportamiento y los valores de individuos, grupos, instituciones y a veces incluso de naciones. Por lo tanto, la psiquiatría es una forma de ingeniería social. Debería reconocerse como tal».(29)

La vida está llena de desafíos —miedo, dolor, decepción— todo forma parte de la condición humana. Y navegar por la vida es difícil. La ruptura de las familias en nuestra sociedad ha predispuesto a nuestros hijos al fracaso a la hora de superar estos retos. Necesitamos padres y madres, hermanos y hermanas, abuelos y abuelas, amigos y mentores, profesores y consejeros, y a todo el mundo que pueda enseñarnos a desarrollar habilidades para vivir la vida. Pero con la sociedad derrumbándose a nuestro alrededor, ¿todavía hay esperanza? ¿Pueden los cristianos afrontar la vida sin psicofármacos?

Jesús nos ofrece una visión profunda de la complejidad del sufrimiento humano. En Juan 13–16, somos testigos de cómo Jesús prepara a Sus discípulos para la peor noche de trauma y miedo que nadie ha experimentado jamás. Nada podía ser tan traumático como perder a Cristo. Esta fue la noche de Su traición antes del día en que Él fue crucificado. Los discípulos estaban envueltos en la decepción, la tristeza, la incertidumbre y el pavor, enfrentados a la devastadora realidad de perder a su Señor. Él lo era todo para ellos. Ellos habían renunciado a todo —familia, amigos, carreras y ambiciones personales— para seguirle. Ellos abandonaron sus propios planes y comodidades, incluso cuando Él dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza» (Mt. 8:20). Ellos le siguieron incluso cuando les costó sus familias (Lc. 14:26). Ellos siguieron a Aquel que fue rechazado por la élite de su nación: educadores religiosos, políticos y más. Él fue despreciado y rechazado, y ellos se convirtieron en marginados sociales. Se quedaron solo con Él. Ellos no tenían más que un Maestro que se encargaba de todo, interpretando el mundo y la vida para ellos. Él les reveló a Dios, enseñándoles a diario profundas lecciones teológicas a partir de las ilustraciones más sencillas. Él expuso la condición del corazón humano, mostrando gracia, bondad, misericordia, amabilidad, rectitud, justicia y santidad. Él les proporcionaba alimento cuando lo necesitaban, les protegía y les daba refugio. Ellos no tenían a nadie más. Encarnaban lo que Pablo dijo: «Porque para mí el vivir es Cristo» (Fil. 1:21).

¿Por qué abrazaron un camino tan costoso? ¿Por qué pusieron todos los huevos en la misma canasta? Porque creían que Jesús era el Mesías, el Rey largamente esperado que inauguraría Su reino y cumpliría todas las promesas del Antiguo Testamento a Israel y al mundo. Seguían al Rey verdadero, anticipando la gloria de Su reino. Ningún sacrificio era demasiado grande para tal recompensa —hasta que Él anunció Su partida. Y lo dijo repetidamente:

Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres (Mt. 16:21–23).

Estando ellos en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; mas al tercer día resucitará. Y ellos se entristecieron en gran manera (Mt. 17:22–23).

Subiendo Jesús a Jerusalén, tomó a sus doce discípulos aparte en el camino, y les dijo: He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará (Mt. 20:17–19).

Esta impactante revelación los dejó destrozados, sumiéndolos en una profunda angustia mental. Jesús, a quien Isaías llamó el «Admirable Consejero» (Is. 9:6 NBLA), que como Dios sabe lo que hay en la mente de cada persona (Jn. 2:25), les instó a que dejaran de turbarse (Jn. 14:27). El verbo griego para turbado es tarasso, que significa estar perturbado, afligido por el dolor, el terror, el miedo o la ansiedad. Jesús dio una orden: «Dejen de turbarse». ¿Cómo? Creyendo en Dios y en Él: «Creéis en Dios, creed también en mí» (Jn. 14:1). Jesús reiteró este imperativo: «Dejen de turbar sus corazones» (Jn. 14:27) y concluyó Su discurso en el aposento alto con la certeza: «En este mundo tendréis aflicción, pero confíen, Yo he vencido al mundo» (Jn. 16:33). Creer en Él es confiar en Sus promesas, promesas que impregnan Su discurso de aquella noche. Él es suficiente para todo dolor, decepción y miedo, todos los cuales son vencidos por la fuerza de Sus promesas. ¿Y cuáles son esas promesas?

1. Jesús afirma Su amor

Al acercarse la fiesta de la Pascua, Jesús, plenamente consciente de que había llegado Su hora de partir de este mundo, demostró la profundidad de Su amor inquebrantable por Sus discípulos. Los amó «hasta el fin», lo que significa la máxima expresión de Su compromiso y afecto (Jn. 13:1).

2. La promesa del cielo

Jesús ofreció un profundo consuelo a Sus atribulados discípulos, prometiéndoles una morada eterna en la casa de Su Padre. Él declaró: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay... voy, pues, a preparar lugar para vosotros». Con esta promesa, Jesús abordó y disipó el temor definitivo a la muerte, afirmando el lugar seguro de los discípulos en la morada celestial (Jn. 14:1–3).

3. Obras mayores por medio de los creyentes

Jesús comunicó una asombrosa promesa a Sus discípulos, asegurándoles que los que creyeran en Él realizarían obras aún mayores. Esta promesa, cumplida a través de la propagación milagrosa del evangelio y los poderosos actos realizados por los apóstoles después de Pentecostés, destaca el impacto expansivo y duradero de su ministerio (Jn. 14:12).

4. La certeza de oraciones contestadas

Jesús prometió la eficacia de las oraciones ofrecidas en Su nombre, asegurando que tales peticiones glorificarían al Padre. Él declaró: «Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn. 14:13–14). Esta certeza es reforzada por la afirmación del apóstol Pablo en Filipenses 4:19, donde dice que Dios suple toda necesidad conforme a Sus riquezas en gloria.

5. El don del Espíritu Santo

Jesús prometió la venida de otro Consolador, el Espíritu de verdad, que moraría con los creyentes para siempre. Este Paracleto divino no solo acompañaría a los fieles, sino que también moraría en ellos, proporcionándoles guía y apoyo perpetuos (Jn. 14:16–17).

6. El conocimiento de la verdad

El Espíritu Santo, identificado como el Espíritu de verdad, viviría en el interior de los creyentes, enseñándoles todas las cosas y recordándoles las enseñanzas de Jesús. Además, el Espíritu revelaría acontecimientos futuros, glorificando a Jesús al revelar Sus verdades profundas y guiando a los creyentes a toda la verdad (Jn. 14:17, 26; 16:13).

7. La paz de Cristo

Jesús otorgó a Sus discípulos una paz única, distinta de la paz efímera del mundo. Les exhortó a que no se turbaran ni tuvieran miedo, ni siquiera en medio de la tribulación, porque Él había vencido al mundo (Jn. 14:27; 16:33). Esta paz es una profunda tranquilidad arraigada en la confianza en el Padre.

8. El fruto en Cristo

Jesús es la vid verdadera y los creyentes son los pámpanos. Los que permanecen en Él darán mucho fruto, lo que significa una vida de importancia eterna y productividad divina (Jn. 15:5).

9. El refinamiento en la persecución

Jesús advirtió a Sus discípulos acerca del odio y la persecución inevitables por parte del mundo, ya que ellos no son del mundo. Él enfatizó que esas pruebas tienen el propósito de refinar y santificar, purificando la fe de los creyentes (Jn. 15:18–20; cp. Stg. 1:2–4).

10. El gozo en Cristo

Jesús expresó Su deseo de que Sus discípulos experimentaran un gozo completo, un gozo arraigado en Sus promesas y Su presencia. Esta plenitud de gozo es un sello distintivo de la vida cristiana, reafirmado por la exhortación de Pablo a regocijarse siempre en el Señor (Jn. 15:11; 16:24; cp. Fil. 4:4).

La vida del apóstol Pablo es un testimonio profundo del poder de creer en las promesas de Cristo. Desde las oscuras y opresivas profundidades de la prisión romana en la que Pablo estaba confinado por la causa de Cristo, él escribe: «He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación» (Fil. 4:11). Este notable contentamiento, expresado en medio de condiciones tan nefastas, se presenta como la forma más clara de fe y adoración. La serenidad de Pablo no nacía de sus circunstancias, sino de su firme esperanza en Cristo y en Sus promesas. Parece que Pablo se inspiró profundamente en las promesas que Jesús hizo a Sus discípulos en el aposento alto (Jn. 13–16). Para Pablo, la verdad más importante era la certeza de ser amado por su Señor (Gá. 2:20) —una realidad destacada por las promesas asombrosas de Jesús.

  1. La promesa del cielo (Fil. 3:20–21)
  2. La promesa del gozo (Fil. 4:4)
  3. La promesa de la oración contestada (Fil. 4:6)
  4. La promesa de la paz (Fil. 4:7)
  5. La promesa de la verdad (4:8–9)
  6. La promesa de la protección en el sufrimiento (4:12–14)
  7. La promesa del Espíritu Santo (4:13)
  8. La promesa de suplir todas las necesidades (4:19)
  9. Todo para la gloria de Dios (4:20)

Pablo sirve como un modelo ejemplar para los cristianos que se enfrentan a los retos y traumas de la vida. Él soportó enemistades personales, calumnias y murmuraciones de falsos líderes de la iglesia. Incluso se enfrentó a torturas físicas que ponían su vida en peligro. Al relatar sus pruebas, él dice: «¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?» (2 Co. 11:23–29).

Claramente, el sufrimiento de Pablo era extraordinario, tanto que en el versículo 23 le lleva a hablar como si estuviera loco. El término griego allí es paraphroneō, que literalmente significa «estar fuera de sí», un compuesto de palabras similar a esquizofrenia. Los psiquiatras modernos diagnosticarían a Pablo con innumerables «enfermedades mentales» por todas las cosas que padeció. Pero ¿cómo logró sobrevivir? ¿Se revolcó en su tristeza? ¿Recurrió a la pharmakeia?

Pablo aprende que la gracia de Dios le basta, pues el poder se perfecciona en la debilidad (2 Co. 12:9). Él incluso se gloría en su debilidad para que el poder de Cristo habite en él. No solo eso, sino que también aprende a contentarse en las debilidades, «en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co. 12:10). Y como ya hemos visto, Pablo puede decir desde la cárcel más oscura que todo lo puede en Cristo que le fortalece (Fil. 4:13). El contentamiento en Cristo y en Sus promesas permitió que Pablo afrontara sufrimientos y debilidades incalculables. Nosotros podemos tener la misma confianza en la suficiencia de Cristo y Sus promesas de las Escrituras.

Siguiendo el ejemplo del apóstol Pablo y abrazando estas promesas de Cristo, encontramos el consuelo y la fuerza necesarios para soportar la vida en la tierra. Este es el camino para que todos los creyentes afronten las dificultades de la vida. Pablo soportó sufrimientos inimaginables y, sin embargo, encontró contentamiento y fortaleza en Cristo, demostrando que el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad. Además, Jesús ofrece el cielo en la tierra para que los creyentes perseveren en las dificultades de la vida. Estas certezas nos guían a través del miedo, la tristeza, la aflicción, la culpa y la incertidumbre, recordándonos de nuestro hogar eterno y del poder de la oración.

Debemos rechazar la confianza en los diagnósticos psiquiátricos y los medicamentos que buscan adormecer nuestras mentes en lugar de transformar nuestros corazones. En su lugar, debemos cultivar una profunda confianza en las Escrituras y en la suficiencia de Cristo, el único que proporciona el verdadero remedio para el sufrimiento humano. Llevando nuestros pensamientos cautivos a Cristo y abrazando Sus promesas, podemos afrontar los retos de la vida con resiliencia y esperanza, libres de la cautividad de las sustancias químicas.

 

Cuidado del alma, no psiquiatría

En los círculos evangélicos contemporáneos, la función del pastor ha cambiado radicalmente. Los oradores motivacionales en zapatos deportivos han tomado el lugar de pastores dedicados, reduciendo a menudo el rol pastoral al de un entretenedor, una personalidad de los medios de comunicación o un líder corporativo. Esta tendencia es una grave desviación del mandato bíblico para los pastores, que están llamados a ser pastores de Dios, no showmen o artistas. Como nos recuerda 1 Pedro 5:2, somos pastores sujetos a Cristo, encargados de cuidar y alimentar a Su rebaño.

La Escritura es clara respecto a las responsabilidades del ministerio pastoral.

Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos. Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes; así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria (1 Ts. 2:7–12).

También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos (1 Ts. 5:14).

Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1 Co. 2:1–5).

Las palabras de Pablo en estos textos resaltan la importancia del cuidado afectuoso y provechoso, basado en el poder y la sabiduría de Dios más que en la elocuencia o la sabiduría humanas. Los pastores se dedican al cuidado de las almas, como Pablo expresó apasionadamente en Gálatas 4:19: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» y Colosenses 1:28: «A Él nosotros proclamamos, amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de poder presentar a todo hombre perfecto en Cristo» (NBLA). Efesios 4 profundiza aún más en la función pastoral de equipar a los santos para la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo: «Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:11–13). El cuidado de las almas no es negociable en el ministerio. Como afirma el autor del libro de Hebreos, los pastores son los que «velan por vuestras almas» (He. 13:17).

Dirigir a almas en dificultades a psiquiatras y fármacos en lugar de proporcionarles atención pastoral es una forma de mala práctica pastoral. Por definición, los pastores son los pastores del rebaño de Dios, una función históricamente arraigada en el corazón y el alma del ministerio pastoral —el cuidado del alma. Como enfatizó Richard Baxter: «Un pastor no debe ser meramente un predicador público, sino que debe ser conocido como un consejero para sus almas, como el médico lo es para sus cuerpos, y el abogado para sus bienes: para que cada hombre que esté en dudas y problemas pueda traer su caso a él para su resolución». En el mundo evangélico actual, en el que los pastores se ven a sí mismos como jefes corporativos, este aspecto esencial del ministerio pastoral se descuida cada vez más.

El modelo para el cuidado pastoral se encuentra en el gran Pastor, nuestro Señor, como se representa en el Salmo 23. Aquí aprendemos el arte de pastorear: dirigir, proveer, restaurar, guiar, proteger y consolar al rebaño. La función del pastor también está profundamente ilustrada en Juan 10, donde Jesús se describe a Sí mismo como el gran Pastor. No hay subcontratación del ministerio pastoral a psiquiatras ni a ningún otro profesional. La gran tragedia de dirigir el rebaño de Dios a la psiquiatría no se puede exagerar.

Los pastores deben recuperar la función que Dios les ha dado como pastores de almas, proporcionando la atención espiritual y la orientación que sus congregaciones necesitan desesperadamente. No se trata de una tarea que pueda encomendarse a nadie más. Es la esencia misma del ministerio pastoral, modelado perfectamente por nuestro Señor, el gran Pastor, como leemos en el Salmo 23.

Jehová es mi pastor; nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar;
Junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma;
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
Y en la casa de Jehová moraré por largos días.

 

 


1 Thomas Szasz, “Mental Illness Is Still a Myth,” Society 31, no. 4 (1994): 36.
2 Thomas S. Szasz, The Myth of Mental Illness: Foundations of a Theory of Personal Conduct, Revised (New York: Harper Perennial, 1974), x–xi.
3 https://www.paulminotmd.com/
4 Robert Whitaker, Anatomy of an Epidemic: Magic Bullets, Psychiatric Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in America (New York: Crown Publishers, 2010), 42–46.
5 Whitaker, 47.
6 Daniel J. Carlat, Unhinged: The Trouble with Psychiatry--a Doctor’s Revelations about a Profession in Crisis (New York: Free Press, 2010).
7 Irving Kirsch, The Emperor’s New Drugs: Exploding the Antidepressant Myth (New York, NY: Basic Books, 2010).
8 Peter R. Breggin, “The Rights of Children and Parents In Regard to Children Receiving Psychiatric Diagnoses and Drugs,” Children & Society 28, no. 3 (2014): 234, https://doi.org/10.1111/chso.12049.
9 Abigail Shrier, Bad Therapy: Why the Kids Aren’t Growing Up (New York: Sentinel, 2024), 20.
10 Allen Frances, Saving Normal: An Insider’s Revolt against out-of-Control Psychiatric Diagnosis, DSM-5, Big Pharma, and the Medicalization of Ordinary Life (New York, NY: William Morrow, 2013).
11 Luise Kazda et al., “Overdiagnosis of Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder in Children and Adolescents: A Systematic Scoping Review,” JAMA Network Open 4, no. 4 (April 12, 2021).
12 Breggin, “The Rights of Children and Parents In Regard to Children Receiving Psychiatric Diagnoses and Drugs,” 231.
13 Thomas Armstrong, The Myth of the ADHD Child: 101 Ways to Improve Your Child’s Behavior and Attention Span without Drugs, Labels, or Coercion, Revised Edition (New York: TarcherPerigee, 2017).
14 Yaakov Ophir, ADHD Is Not an Illness and Ritalin Is Not a Cure: A Comprehensive Rebuttal of the (Alleged) Scientific Consensus (Hackensack, NJ: World Scientific, 2022).
15 Whitaker, Anatomy of an Epidemic, 179–80.
16 Joanna Moncrieff, “Lithium: Evidence Reconsidered,” British Journal of Psychiatry 171, no. 2 (August 1997): 117.
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18 Richard C. Lewontin, Steven P. R. Rose, and Leon J. Kamin, Not in Our Genes: Biology, Ideology, and Human Nature (Chicago, IL: Haymarket Books, 2017), xii–xiii.
19 Whitaker, Anatomy of an Epidemic, 92–108.
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21 Emmanuel Stip, “Happy Birthday Neuroleptics! 50 Years Later: La Folie Du Doute,” European Psychiatry 17, no. 3 (May 2002): 117.
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23 Frances, Saving Normal, 159.
24 Frances, 160.
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26 Alan C. Swann et al., “Suicide Risk in a National VA Sample: Roles of Psychiatric Diagnosis, Behavior Regulation, Substance Use, and Smoking,” The Journal of Clinical Psychiatry 83, no. 3 (June 6, 2022).
27 Karlyle Bistas and Ramneet Grewal, “The Intricacies of Survivor’s Guilt: Exploring Its Phenomenon Across Contexts,” Cureus 15, no. 9 (2023).
28 Marcia Angell, “The Illusions of Psychiatry,” The New York Review, 2011, 307.
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